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La tremenda dualidad de nuestro plato

A mi me encanta la comida. Pero cuanto más gente veo y ayudo a cambiar sus formas de comer, mejor comprendo que el verdadero problema no está en el plato.

Nuestros antepasados debían luchar por su comida. Como todos los mamíferos estaban programados para buscar alimentos. Estoy hablando de nuestros “muy” antepasados: aquellos que decidieron un día bajar de su árbol y que confiaban en el poder de la Naturaleza.

Ellos no tenían problemas de gordura, ni estados de animo sobre cuestiones estéticas. Eran. Sencillamente. Integrados en el Universo.

Nosotros hemos salido de este programa. Ya no luchamos para buscar comida. Es más, luchamos para resistir a ella. Solicitamos continuamente e inconscientemente nuestra voluntad, tocamos constantemente nuestros nervios, y vivimos con esta dualidad.

La comida, lejos de ser una solución a la vida, es un problema. Y se inscribe en la lista larga de nuestras desviaciones. Bajar del árbol ha sido realmente salir del paraíso. Nuestra evolución se ha hecho y se sigue haciendo a base de luchas. Y la dualidad está presente en todo. Tenemos sistemas de seguridad que nos permite almacenar por los “si acaso”. Y resulta que los cargamos sin nunca vaciar. Madre Naturaleza nos dio la capacidad de saborear el dulce para que aprovechemos los frutos maduros y les saquemos sus vitaminas. Pero ya las frutas maduras no tienen bastante azúcar para nuestro sentido. Esta dualidad tiene otro efecto perverso en nosotros: nos llenamos el cerebro con la información, quien no sabe hoy que el colesterol está estrechamente asociado con una mala alimentación es porque no quiere enterarse. Los distintos medios de comunicación nos atiborran de estadísticas y estudios diversos, sobre los efectos buenos o malos de toda nuestra alimentación. No obstante, seguimos consumiendo productos que no nos convienen. Y eso provoca un largo debate de nunca terminar sobre el placer y la salud. El que elige la salud olvida el placer según el concepto cultural que tenemos. Y el que vive en el placer de la comida se justifica cada placer como siendo fuente de alegría, entonces de vida sana. Donde está el equilibrio? Debemos abandonar de golpe todo lo que nos han inculcado desde nuestros más tiernos años? Eso hará que el más mínimo golpe emocional nos llevará a tirarnos de cabeza al dulce de toda la vida o al chorizo del pueblo.

Creo que tenemos que aprender a desplazar el placer. Sacarlo del plato. Esto básicamente consiste en re-aprender a disfrutar sin asociar el placer con la comida. Empecemos por ejemplo a reunirnos con amigos sin tapas ni cervezas o vino. Un juego de mesa, una charla agradable en un lugar acogedor nos permitirán salir del patrón habitual “nos llamamos y comemos”. Un paseo en buena compañía vale tres cenas copiosas. Tanto a nivel emocional como a nivel físico.

Re-educar su paladar es otro asunto pendiente. Aprender poco a poco a soltar el dulce, los sabores extremos y degustar la verdadera naturaleza de los alimentos sanos. Proponerse una cata de productos de calidad. Reducir la cantidad y mejorar la calidad.

Claramente, escrito, esto parece muy fácil. Llevarlo a la práctica es todo otro tema.

Querer cambiarlo todo de golpe es un error enorme. Hay que adoptar una estrategia con mucha tolerancia, con mucha paciencia. Empezar por listar los puntos a mejorar; notar su grado de presencia en nuestra vida y plantearse, mas que su eliminación, su disminución progresiva. Paso a paso. Sin frustrarse, sobre todo. Esto es un mecanismo de reeducación que lleva tiempo.

¿Empezamos?

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